El engaño real: la corona que no era de oro.
Corría el
siglo III a.C. cuando el rey Hierón III gobernaba Siracusa. Durante su mandato,
había ordenado a un orfebre la construcción de una corona de oro. El monarca, sin embargo, dudaba de la
honestidad del fabricante, ya que podría haber incluido plata en la
construcción y haberse quedado con los lingotes de oro que hubieran sobrado.
¿Pero cómo demostrarlo?
Hierón
hizo llamar a Arquímedes, un matemático, físico,
astrónomo, ingeniero e inventor griego emparentado con el monarca. Solo él
podría averiguar si en efecto la corona era fruto de un engaño. El científico
sabía desde el primer momento que la solución pasaba por calcular la densidad
de la corona, que pesaba lo mismo que un lingote de oro. Para saber si la obra
del orfebre era o no verdad, había que determinar el volumen, que ayudaría
junto con la masa a calcular la densidad de la pieza. Solo así se sabría si
contenía oro puro o trazas de plata.
Un día,
mientras tomaba un baño, Arquímedes se percató de algo muy básico: el nivel de agua subía cuando él se sumergía. En otras
palabras, al sumergirse en la tina, estaba desplazando un volumen de agua tal
que equivaldría a su propio volumen. Aplicando el mismo principio, podría saber el volumen de la
corona del rey, y así hallar su densidad.
Emocionado
tras su hallazgo, Arquímedes salió de la bañera gritando ¡Eureka!, que significa «Lo he encontrado». Hallando la
densidad de la corona real y comparándola con la densidad del oro, sabría que
en el caso de que el primer valor fuera inferior al segundo, el orfebre habría
engañado al monarca.
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